Más acerca de nosotros...


Linda y yo llegamos a conocer al Señor Jesucristo como nuestro Salvador personal en el verano de 1972, poco después de cumplir dos años de casados.

En aquel tiempo vivíamos en una granja vieja y descuidada de unas 32 hectáreas en el norte del Estado de Wisconsin, EEUU. Habíamos comprado la granja como el primer paso hacia la realización de nuestro sueño de volver a la tierra, levantar una granja de alimento orgánico, ser totalmente auto-suficientes y de alguna manera alcanzar una semblanza de paz interior y armonía que constantemente nos eludía.

El ambiente de los años ’60 tuvo un gran impacto en nosotros. Ambos éramos lectores ávidos: literatura clásica, historia rusa, filosofía, poesía contemporánea, misticismo tibetano y el Budismo Zen, especialmente los autores D.T. Suzuki y Alan Watts. Durante aquel invierno largo y duro, me acuerdo que los domingos nos turnábamos leyendo en voz alta hasta terminar “Doctor Zhivago” de Boris Pasternak.

Mientras más me aplicaba, mas insidiosa fue la desesperanza que imperaba en mí. Gradualmente, me daba cuenta de que yo era completamente incapaz de alcanzar esa armonía con Dios, con la verdad, o conmigo mismo en mis propias fuerzas. Un amigo me regaló unos escritos Bahá'í y me esforcé a entenderlos. Hasta intenté leer la Biblia un par de veces, que me resultó tan satisfactorio como tratar de descifrar un jeroglífico Maya.

Hacia el final del invierno, comenzamos a invertir en el ganado para nuestra granja. La primera gran compra fue una cabra con sus dos bebés y una porción diaria de leche. Resultó que el señor que nos los vendió también era pastor de una pequeña congregación en el pueblo más cercano a nosotros.

El testimonio claro y sencillo de lo que Dios había hecho por nosotros mediante la muerte de Su Hijo en la cruz del Calvario comenzó a trabajar en nuestros corazones. Todo lo que estaba mal en nosotros se resumía en una palabra: pecado. Todo lo que hacía falta en nosotros se encontraba en una persona: el Señor Jesucristo. No pasó mucho tiempo hasta que abrimos nuestros corazones a este mensaje y nos entregamos a Él.

Ese verano resultó en un cambio radical para mi vida. El vacío espiritual adentro se llenó. Se me hizo evidente que la lucha por destruir o abnegar el YO mientras lo deificaba en la búsqueda de la verdad era una paradoja ya no sostenible. La felicidad y el sentido de la vida no provienen de vaciarse, sino de recibir lo que hace falta.

Unos meses más adelante, sentía que el Señor me estaba llamando a participar en Su trabajo. Recuerdo un momento especial después de una predicación de mi pastor, en el coche rumbo a la granja, en que le dije en oración, “entiendo poco… ni idea de lo que querrás de mí… pero, lo que tú digas.”

¡Qué privilegio es servir a Él que nos ha rescatado y llenado de Su amor!

Llegamos a Cancún en mayo del 1982. Entre las muchas bendiciones que Dios nos ha dado, sigue presente la paz de saber que estamos en el lugar que Él preparó para nosotros.