martes, 13 de abril de 2010

En la presencia de Dios...



“...porque se sostuvo como viendo al Invisible.” (Hebreos 11:27)

¿En qué momento te has sentido más en la presencia de Dios? Creo que, si fuera una persona más espiritual, yo diría, "en la noche mientras estoy orando." Tristemente, para mí, no es el caso.

No estoy buscando aquí música espeluznante de órgano y escalofríos. Estoy casi seguro que no me espera ninguna experiencia mística a la vuelta de la esquina. Es fastidioso, a veces, tratar con tanta superstición, tanto confundir rituales con renacer, tanto emocionalismo atribuído al Espíritu Santo, tanta espera de alguna manifestación abrumadora que le dé a uno el último empujoncito hacia una fe salvadora.

Habiendo dicho eso, aun confieso que hay momentos en que me he sentido -¿me atreveré a decirlo?- un poco como Moisés en la presencia de Dios en el Monte Sinaí; momentos que me infunden el deseo de "sostenerme" como siervo de Dios; momentos que les vienen a los que, como el Apóstol Pablo, son "partícipes" del Evangelio. “Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.” (1 Corintios 9:23)

En nuestro estado natural, somos tan espantosamente patéticos, débiles, auto-destructivos, y aun así, ¡tan confiados en nuestra propia sabiduría! Hemos leído mucho; nuestras dudas sobre la Biblia nos parecen inteligentes; nuestro escepticismo sobre la existencia de Dios nos parece tan bien informado. “Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo.” (1 Corintios 8:2)

Además de eso, padecemos de una ceguera inherente respecto a las cosas espirituales: miramos fijamente la verdad, pero no la vemos; escuchamos palabras acerca de Dios, pero a Él, no lo oímos; abrazamos las formas y los símbolos religiosos, pero los confundimos con el producto genuino; tenemos la Biblia, pero la Biblia no nos tiene a nosotros.

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44a). Palabras acertadas de Jesús...

De repente, la odisea de "¿qué es la verdad?" de Poncio Pilato a "¿Qué debo hacer para ser salvo?" del carcelero de Filipo, toma proporciones del tamaño de una épica de Homero, requiriéndose a cada paso una intervención divina.

Así que: ¿se te hace extraño? Por semanas y meses acompaño a alguien que comienza su viaje espiritual en el escepticismo. Hoy se me acerca en su momento de fe salvadora. La urgencia, la fe sencilla, el corazón abierto, la humildad, la reverencia y el gozo... ¿podrá ser más palpable la presencia de Dios?

Más que cualquier otro, estos son los momentos que me ayudan a sostenerme, "como viendo al Invisible".

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