lunes, 9 de noviembre de 2009

"No te deprima tanto la depresión; no te desespere tanto la desesperanza..."



"Además de mis numerosos amigos, tengo un confidente más íntimo. Mi depresión es la amante más fiel que he conocido -- no es de extrañarse que le correspondo el amor." Soren Kierkegaard

Mis años formativos fueron influenciados por elementos que habían reaccionado a los principios freudianos de una forma que, aunque hasta cierto punto entendible, dejaron la idea equivocada que nunca había razón por la cual un cristiano buscara una evaluación siquiátrica o receta médica.

Hoy día, sabemos que la depresión clínica, la bipolaridad y otros problemas de la misma índole son cuantificables y tienen sus raíces fisiológicas. ¡Qué frustrante y devastador ha de ser el agravar continuamente una depresión por la simple falta de tratamiento! Además, se van acumulando las supuestas “derrotas” en el campo espiritual. Si la depresión se cura simplemente por confiar en Dios y descansar en sus promesas, ¡algunos de nosotros hemos de estar en peores condiciones que los meros incrédulos!

Frecuentemente, nuestra depresión más profunda tiene sus raíces… NO en una falta de fe, una naturaleza pesimista, una baja auto-estima, ni una sensación de culpa, sino en algo mucho menos “condenable”, vinculado a lo que es la existencia en un cuerpo temporal.

Depresión y desesperanza…  ¿Dos cosas distintas?

Creo que nuestra renuencia a buscar ayuda médica proviene de una preocupación válida de que los humanos en general confundan la depresión y la desesperanza, o más preciso, que crean que la desesperanza sea lo mismo que la depresión.

La desesperanza –la que definen los filósofos como Kierkegaard- surge de una crisis de identidad, la sensación de vacío, el anhelo de validarse, un “algo más” cuya respuesta puede encontrarse únicamente en la resolución de una deficiencia espiritual. Esa deficiencia resulta ser la falta de la presencia de Cristo.

Cuando procuramos tapar esta desesperanza con píldoras y terapia, esperamos demasiado de ambas. Se convierte en un intento fútil de correr de la realidad, evadir el encuentro con las grandes preguntas de la vida, y olvidarnos de nuestra mortalidad. Tomar píldoras para hacernos felices en lugar de arrepentirnos y permitir que Cristo gobierne nuestros corazones solo nos asegura un lugar en la fila sobre el “camino ancho” que nos conduce a donde no queremos ir.

Hay, gracias a Dios, cristianos que viven con la depresión mientras ejemplifican la victoria espiritual. Les puede sobrevenir la negrura. Se pueden quedar incapacitados por el peso de su mismo conflicto interno. Y, aun así, pueden tener la cordura de reconocer cuándo necesitan una ayuda adecuada.

Todos los días, tienen que luchar para sentirse “normales”. A pesar de todo, viven en Cristo y procuran servirlo. De momento en momento, van manejando todo esto, mientras su dolencia es como una pantera negra acechándolos constantemente en la oscuridad interior.

Por favor, ¡cobra ánimo! Eres un ejemplo para los demás. Te felicitamos. No se trata de una falta o culpa. Mucho más que eso, se trata del poder sustentador de la gracia de Dios morando en un “vaso de barro” (2Co 4:7).

“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros,” (2 Corintios 4:7)

Por favor, ¡analiza bien!  Si lo que tú llamas depresión se parece más a desesperanza, ¡hay solución! Sin embargo, lo más probable es que no la encuentres en un consultorio. El vacío que sientes solo se puede llenar cuando te arrepientes y permites que Jesús more en tu corazón.

“y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.” (Colosenses 2:10)

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