viernes, 30 de abril de 2010

El lobo estepario...


Hermann Hesse (1877-1962) fue autor suizo-alemán que estaba de moda en los años '60 cuando yo conocí sus escritos. En "El Lobo Estepario" (Der Steppenwolf), Hesse introduce al personaje principal, el Sr. Harry Haller, de esta manera:

"Pues, no era un hombre sociable. La verdad, era anti-social a un grado que no había experimentado en ningún otro. Era, de hecho, así como se había autonombrado, un lobo de la Estepa, un ser raro, esquivo--muy esquivo, de un mundo distinto al mío.¡Cuán profunda la soledad a que había llegado su vida debido a su disposición y destino!..." (traducción mía del inglés)

Un lobo de la Estepa: una descripción particularmente apta para algunos; una tendencia innata en todos.

Hay algunos que nos sentimos como vagabundos, desarraigados, viendo la banalidad de la vida cotidiana como quien ve una película, no como parte de ella, sino de afuera hacia adentro. No despreciamos a los que llevan una vida "normal". No. Les envidiamos, aunque siempre concientes de que de algún modo no pertecenemos ahí.

Hay cierta inquietud empotrada en el machismo caído del hombre... una mezcla curiosa de sensaciones: la necesidad de dominar, de asumir el control, de ser responsable, mientras todo el tiempo huyendo de los compromisos que aquello implica. Así que, escogemos mejor una vida de estepa... pareciéramos aventureros valientes, me imagino, pero, se convierte en una vida de evitar compromisos, de andar vagando de un modo que nos gusta llamar "libertad", sin lastimar a nadie, sin deberle a nadie; "friends with benefits" (amigos con prestaciones)... claro... justo lo que nos conviene. No es sorpresa, pues, que terminamos siendo cobardes, vagabundos de manos vacías, ocupando espacio en el planeta sin ningún propósito tangible para estar aquí.

Hay, a veces, cierto elemento noble en nuestra renuencia a involucarnos y comprometernos. Nuestros demonios internos nos convencen de que vivir aparte de los demás es una necesidad. Nos conocemos demasiado bien. No confiamos en nosotros mismos para no hacerles daño a los que se nos acercan demasiado... vea nomas nuestro historial.

Detrás de las bravuconadas, reside un nerviosismo que nos mantiene evadiendo, moviéndonos, guardando distancia. Somos más sensibles de lo que aparentamos. Lo que piensan los demás, sí, nos importa. Real o imaginado, vemos los rostros severos... sentimos los dedos de los intolerantes y legalistas apuntándonos cuando les damos las espaldas. De algún modo, "sabemos" que los demás desaprueban de cómo somos. "¿Ya ves? Es más seguro para mí si me alejo..."

Más adelante en el libro, Haller exulta, "La soledad es independencia. Había sido mi anhelo y con los años lo logré. Era fría. Oh, ¡bastante fría! Pero también era quieta, maravillosamente quieta y vasta como la quietud fría del espacio en que giran las estrellas." (traducción mía otra vez)

Cuidado con lo que pides... El resultado de esculpir una existencia solitaria no necesariamente incluye un espíritu enriquecido, solo un estado profundo de soledad que rápidamente se convierte en desánimo, desesperanza.

Cuando Dios tocó mi vida por el evangelio de su Hijo, entendí que yo era más que un polvito pegado en un polvito más grande en el cosmos. Hallé por qué seguir vivo. Había sido un vagabundo solitario; Él me convirtió en peregrino. Resulta que ahora estoy aquí de paso, voy rumbo a casa, con una misión a cumplir con el tiempo que me queda.

Junto con este cambio vino otro, aunque más despacio y más difícil de mantener: me guió de la vida de estepa a comunidad espiritual y servicio... una transición dolorosa. Involucrarme y comprometerme con otros seres humanos no es un concepto que por naturaleza me emociona. Pero me hace falta... ¡Dios sabe que me hace falta!

Sí, hay riesgo en comprometernos con un cuerpo particular de creyentes;
Sí, hay riesgo en la transparencia requerida en un discipulado eficaz;
Sí, hay riesgo en buscar amistad con otros en el ministerio;
Pero... ¡vale la pena!

Hay tanto de lo que necesitamos para sobrevivir que no descubriremos a solas bajo las estrellas, sino en la compañía cálida de otros peregrinos.

martes, 13 de abril de 2010

En la presencia de Dios...



“...porque se sostuvo como viendo al Invisible.” (Hebreos 11:27)

¿En qué momento te has sentido más en la presencia de Dios? Creo que, si fuera una persona más espiritual, yo diría, "en la noche mientras estoy orando." Tristemente, para mí, no es el caso.

No estoy buscando aquí música espeluznante de órgano y escalofríos. Estoy casi seguro que no me espera ninguna experiencia mística a la vuelta de la esquina. Es fastidioso, a veces, tratar con tanta superstición, tanto confundir rituales con renacer, tanto emocionalismo atribuído al Espíritu Santo, tanta espera de alguna manifestación abrumadora que le dé a uno el último empujoncito hacia una fe salvadora.

Habiendo dicho eso, aun confieso que hay momentos en que me he sentido -¿me atreveré a decirlo?- un poco como Moisés en la presencia de Dios en el Monte Sinaí; momentos que me infunden el deseo de "sostenerme" como siervo de Dios; momentos que les vienen a los que, como el Apóstol Pablo, son "partícipes" del Evangelio. “Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.” (1 Corintios 9:23)

En nuestro estado natural, somos tan espantosamente patéticos, débiles, auto-destructivos, y aun así, ¡tan confiados en nuestra propia sabiduría! Hemos leído mucho; nuestras dudas sobre la Biblia nos parecen inteligentes; nuestro escepticismo sobre la existencia de Dios nos parece tan bien informado. “Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo.” (1 Corintios 8:2)

Además de eso, padecemos de una ceguera inherente respecto a las cosas espirituales: miramos fijamente la verdad, pero no la vemos; escuchamos palabras acerca de Dios, pero a Él, no lo oímos; abrazamos las formas y los símbolos religiosos, pero los confundimos con el producto genuino; tenemos la Biblia, pero la Biblia no nos tiene a nosotros.

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44a). Palabras acertadas de Jesús...

De repente, la odisea de "¿qué es la verdad?" de Poncio Pilato a "¿Qué debo hacer para ser salvo?" del carcelero de Filipo, toma proporciones del tamaño de una épica de Homero, requiriéndose a cada paso una intervención divina.

Así que: ¿se te hace extraño? Por semanas y meses acompaño a alguien que comienza su viaje espiritual en el escepticismo. Hoy se me acerca en su momento de fe salvadora. La urgencia, la fe sencilla, el corazón abierto, la humildad, la reverencia y el gozo... ¿podrá ser más palpable la presencia de Dios?

Más que cualquier otro, estos son los momentos que me ayudan a sostenerme, "como viendo al Invisible".